Escucho el nuevo disco en Mixup. Es el segundo de mi banda favorita del momento. El primero fue impactante y cambió el rumbo de mi vida musical. Tengo casi 15 años. Mi papá me dice que me lo compra, pero quiere que conozca el contenido de lo que escucho. La condición es simple: traduce todo el primer disco, me entregas las traducciones y te doy el dinero para que te compres el nuevo.
Una semana después, con mi diccionario inglés-español desgastado y un bonche de hojas llenas de garabatos y rayones a mano, paso mis borradores en limpio a la computadora. Le doy las hojas impresas a mi papá después de pelearme con la maldita impresora —todas las impresoras son un invento de Satanás—.
La que más me gustó es la última, habla de una relación en la que él ha se ha esforzado por ser suficiente bueno, pero eso no salió bien y ya está cansado. Me gusta esto de ‘Esta es la última vez / que me echo la culpa / con tal de estar bien contigo’. O eso le entiendo, mis traducciones son medio chafas.
Horas más tarde, ataco el estéreo de la casa todavía con el celofán del paquete CD+DVD tirado a un lado. Escucho todo el disco de un jalón y me decepciono un poco porque le encuentro paralelismo con el anterior. Esta canción se parece a tal, del primer álbum, y ésta otra igual. Una semana después ya me sé todas las canciones. Las escucho con mi mejor amigo de la secundaria, vaticino el éxito y el nacimiento de un clásico con una cuasi balada indie —antes de que conociera el término— y me traumo con dos canciones más.
Sus revoluciones al interior del Discman me acompañan en cientos de revoluciones internas. Las líricas son tan icónicas de mi generación, que ya no es X, pero todavía no sabe qué es. El género musical crece. Es lo que el alcohol a la marihuana: una droga introductoria para un mundo de nu metal, y yo me doy sobredosis diarias. Se vuelve una voz que, hoy, a casi 15 años de distancia, taladra mis oídos nuevamente. Y los recuerdos son corcheas.
Tras enterarme de la muerte del vocalista, y once tracks más tarde, vuelve a aparecer esa melodía. Todo cae / hasta la gente que nunca frunce el ceño / eventualmente colapsa. Y la letra me dice tanto de esa persona tan conocida y desconocida a la vez, que hoy entristeció a esos que ya tenemos un nombre y lugar en la historia: nos dicen millenials. La canto a grito pelado mientras cierro las manos sobre el volante. Supongo que a eso se le puede denominar “trascendencia”.
Una semana después, con mi diccionario inglés-español desgastado y un bonche de hojas llenas de garabatos y rayones a mano, paso mis borradores en limpio a la computadora. Le doy las hojas impresas a mi papá después de pelearme con la maldita impresora —todas las impresoras son un invento de Satanás—.
La que más me gustó es la última, habla de una relación en la que él ha se ha esforzado por ser suficiente bueno, pero eso no salió bien y ya está cansado. Me gusta esto de ‘Esta es la última vez / que me echo la culpa / con tal de estar bien contigo’. O eso le entiendo, mis traducciones son medio chafas.
Horas más tarde, ataco el estéreo de la casa todavía con el celofán del paquete CD+DVD tirado a un lado. Escucho todo el disco de un jalón y me decepciono un poco porque le encuentro paralelismo con el anterior. Esta canción se parece a tal, del primer álbum, y ésta otra igual. Una semana después ya me sé todas las canciones. Las escucho con mi mejor amigo de la secundaria, vaticino el éxito y el nacimiento de un clásico con una cuasi balada indie —antes de que conociera el término— y me traumo con dos canciones más.
Sus revoluciones al interior del Discman me acompañan en cientos de revoluciones internas. Las líricas son tan icónicas de mi generación, que ya no es X, pero todavía no sabe qué es. El género musical crece. Es lo que el alcohol a la marihuana: una droga introductoria para un mundo de nu metal, y yo me doy sobredosis diarias. Se vuelve una voz que, hoy, a casi 15 años de distancia, taladra mis oídos nuevamente. Y los recuerdos son corcheas.
Tras enterarme de la muerte del vocalista, y once tracks más tarde, vuelve a aparecer esa melodía. Todo cae / hasta la gente que nunca frunce el ceño / eventualmente colapsa. Y la letra me dice tanto de esa persona tan conocida y desconocida a la vez, que hoy entristeció a esos que ya tenemos un nombre y lugar en la historia: nos dicen millenials. La canto a grito pelado mientras cierro las manos sobre el volante. Supongo que a eso se le puede denominar “trascendencia”.
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